miércoles, 4 de abril de 2007

Minado


Sentado en un bar de Potosí conocí a un hombre al que quiero presentar.
Su nombre era Alexis.Me contó que era minero y que cuando se cruzaba algún turista ofrecía su servicio de guia en las minas.
Con 40 años sus pulmones estaban tan oscuros como su segundo hogar, esa entrada al infierno, a la que acudía diariamente, le había quemando el pecho a toda velocidad.
Desde los 12 años concurría a la mina 6 veces a la semana, 10 horas por día.
El medico de su pueblo hacia 7 años que luchaba para que abandone su trabajo, este lo había traído a la vida y en silencio observaba como, de a poco, la abandonaba.Por esos días el doctor ya no lo miraba a la cara cuando le decía al hombre que ya no había vuelta atrás, que era cuestión de meses. Alexis resignado reía nervioso.
El hombre hablaba de su infancia, mucho mas pobre que su austero presente.Hijo menor de 6 hermanos, sus padres muertos ya no traían problema alguno.De sus hermanos poco sabia, estos mayores que él, a medida que armaban su vida borraban su pasado posiblemente para siempre.
Alexis tenia 2 hijos.Elba, una niña de 7 años, que con mucho esfuerzo al fin pudo comenzar la escuela este año.Juan, un varón de 14 años, nunca la piso. “Es fuerte, tiene que trabajar”, se convencía Alexis.
A medida que pasaban las cervezas, nuestros lazos se afirmaban, esto dio pie a mi pregunta de porque no abandonaba esa mina tan nociva para su salud, “morir ya me estoy muriendo, y la verdad es que espero morirme adentro”, la seguridad de su respuesta me heló la sangre.
Nos despedimos y quedamos en encontrarnos al día siguiente en la base del Sumaj Orcko (Cerro Magnifico).
Temprano en la mañana llegue bajo un sol poderoso, escoltado por un viento dominante, a la entrada del cerro.A lo lejos vi al hombre hablando con un niño, este lo abrazo, le dio un beso y le entrego una bolsita verde llena de hojas de coca. Le acomodo la ropa y lo subió a un camión que esperaba lleno de mineros.El camión arranco, y el hombre inmóvil lo siguió con la vista hasta que desapareció en la altura del cerro. Siguió inmóvil como buscándolo, o quizás con la esperanza de que vuelva, pero, ya resignado, nuevamente, se volvió hacia mi, y camino a mi encuentro.Al acercarme note sus ojos vidriosos y su respiración entrecortada, “ese es Juan, de a poco tendrá que ir aprendiendo el oficio” dijo todo seguido y de una vez bajando su mirada lentamente hasta llegar al suelo.Caminamos unos metros, fuimos a buscar el equipo para ingresar a las minas, y haciendo fuerza para no abrir la boca, pensé en silencio “de a poco se ira muriendo”.

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