martes, 15 de abril de 2008

Chancho Negro


Mi primer encuentro con el chancho fue agresivo, encaro hasta muy cerca mió, lo freno la cadena que sostenía María y logro sobresaltarme, ella a sus siete años ya no le tenia miedo, ya lo conocía, entonces se rió de mi.
Media unos noventa centímetros de alto y mas de un metro de largo, era negro, tenia el lomo lastimado y rodeado por moscas de color verdoso que se fundían en el rojo de su herida, su constante alerta era acompañada por un ruido insoportable y un olor nauseabundo.
Lo habían canjeado por una hembra y su misión aquí era procrear, comer y procrear.
Su viaje en camioneta fue largo y caluroso cuando lo trajeron desde un pueblo cercano, al bajar se movió a ciegas y nunca se quedo quieto aturdido por el vapor.
Antonia nos ordeno darle comida, agua y mojarlo un poco para calmarlo, aunque sea un minuto. Con la niña lo llevamos a unos metros de la casa, allí había una goma de tractor cortada al medio que le serviría de plato a la bestia, la niña comenzó a desgranar maíz, uno a uno caían en la goma, el chancho al escuchar ese ruido se lanzo de cabeza y comió haciendo ruidos nuevos para mi. María me pidió que trajera agua del tanque en un balde para calmar su sed, entonces la abandone mientras ella seguía paciente con el maíz.
Al volver, el chancho largaba espuma por la boca, según María por la sed, apure mi paso y eche el balde entero sobre el maíz sin importarme que el animal se asustara. Ni se movio, siguió comiendo al mismo tiempo que yo echaba agua, parecía morder el agua, siguió así un tiempo como si no tuviera fondo. Yo volví al tanque por más agua para intentar bañarlo y por fin dejarlo descansar. De regreso me encuentro con la goma vacía y seca, el chancho echado al costado con su hocico enterrado resoplaba y levantaba tierra por el aire, miro atento mi llegada y no se inmuto.
Muy lentamente vacié el balde sobre el lomo del animal y retrocedí, el agua formo un barrial que el chancho no tardo en usar. Se revolcó feliz disfrutando del barro, que no tardó mucho en tapar sus patas, su hocico y todo el resto del cuerpo, luego de dar mil vueltas sobre si, reposo al fin sobre su panza estirando sus extremidades.
Miraba agradecido y de tanto en tanto resoplaba satisfecho y masticaba restos de maíz detonados en su boca. María me hizo un gesto y nos fuimos dejándolo atado a un árbol. Caminamos unos metros y discutimos sobre la posibilidad de bañarnos en barro.

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